...Comparto con ustedes un reportaje que publiqué el año pasado en el periódico para el que escribo. Después de pasar por la historia que se detalla a continuación, nuestro personaje (sozoranguense) volvió a intentar esta travesía, volvió a sufrir cosas similares; y, volvió a fracasar en su intento de llegar a los Estados Unidos. Afortunadamente, hoy está nuevamente con nosotros...
LA CRUEL REALIDAD DE LA RUTA HACIA UN SUEÑO.
Solamente en los últimos cinco años,
del Ecuador
han emigrado más de 400 000
personas; la mayoría
de forma ilegal, muchas de las
cuales se arriesgan a
cruzar una de las rutas más
peligrosas hacia la obtención
de sus sueños, la de Centroamérica
hacia Estados Unidos.
El 23 de agosto del año 2010,
Latinoamérica y el mundo entero amaneció consternado observando la macabra
noticia de que 72 migrantes del centro y Sudamérica que iban rumbo a Estados
Unidos fueron ejecutados por miembros de la organización criminal mexicana de
los Zetas en un municipio del estado norteño de Tamaulipas.
A
raíz de este lamentable hecho, se conocieron muchas historias contadas por
familias de migrantes y por ellos mismos, quienes hasta ese momento se habían
mantenido en silencio. En nuestro país, salieron a la luz testimonios sobre
desapariciones, muertes, y extremado sufrimiento de quienes se arriesgan en
este viaje.
Uno
de esos testimonios es el de Samuel (nombre ficticio), un joven oriundo del
cantón Sozoranga en la provincia de Loja, quien a sus 18 años impulsado por las
presiones económicas del medio, se embarcó en este viaje que por poco le cuesta
la vida.
Samuel
cuenta que entregó al coyote la cantidad de cinco mil dólares como adelanto
para empezar el viaje, mismo que comenzó en julio de 2010. “Nos llevan en avión
desde aquí hasta Honduras, a partir de ahí empieza el infierno”. Comenta que es
en ese país donde se juntan en el viaje centenares de personas provenientes de
todas partes de América Latina, y que los empiezan a trasladar rumbo a
Guatemala amontonados en camiones cerrados para poder pasar los controles.
A
decir de Samuel, ya en este punto se empieza a sentir la desesperación de la gente,
sobretodo de las mujeres, más aún cuando deben cruzar el Río Motagua en la
frontera entre Honduras y Guatemala; “Ahí tienes que pasar como sea, sino no
puedes nadar ahí aprendes porque hay una parte que se pasa por debajo; es como
un subterráneo”.
El
hambre, el frío en las noches y el calor sofocante durante el día, son los
incondicionales acompañantes de quienes realizan esta peligrosa travesía.
Samuel recuerda con indignación que en el transcurso del viaje, la única vez
que probó un trozo de carne fue cuando consiguió una presa de pollo que los
mismos coyoteros le vendieron en veinte dólares. “Del dinero que uno les paga,
ellos no invierten nada en nosotros”… “en muchas ocasiones nos tocaba comer
guineos verdes crudos que encontrábamos en el camino”…
Los
maltratos y abusos por parte de las personas que se encargan de guiarlos en la
ruta es algo que, a decir de Samuel, aún le provoca pesadillas. “A uno le toca
ver como violan a las mujeres y no puede hacer nada” “Una vez, para robarnos el
dinero, nos hicieron desvestir y nos requisaron; a las mujeres les buscan en
sus partes íntimas; a mí se me ocurrió exigir que nos respeten y me dieron una
paliza… me golpearon”
Otra
de las cosas en las que Samuel no puede dejar de pensar es que durante casi
todo el trayecto muchas de las víctimas de la masacre de Tamaulipas viajaron en
su grupo; sin embargo, en cierto sitio los coyotes separan a la gente en grupos
más pequeños y los guían hacia diferentes puntos de la frontera con Estados
Unidos, con la finalidad de que se haga más sencillo evadir los controles de
migración. “Yo casi me voy en el grupo de Tamaulipas, pero de pronto me
cambiaron y me mandaron con otro grupo hacia un lugar que se llama Cananea”,
que es un municipio situado al noreste del estado mexicano de Sonora, y
frontera con el estado de Arizona.
Samuel
comenta que a este sitio llegó solamente con cuatro acompañantes; además sin
probar alimento por días y con escasa ropa; pues se extraviaron y el coyote los
abandonó. A partir de allí tuvieron que arreglárselas solos; incluso cuenta que
perdieron a una compañera. “Regresamos a buscarla, pero no la encontramos; a mí
se me caían las lágrimas, me daba pena porque ella viajaba con su mamá y su
hermano y a ellos los mandaron con otro grupo”; y aún sus ojos se llenan de
lágrimas y su voz se quiebra al recordar ese momento.
Tuvieron
suerte y lograron llegar hasta la ciudad estadounidense de Sierra Vista, en
Arizona – Estados Unidos; pero Samuel sufrió un pre infarto a causa de las
drogas que les suministran los coyotes para elevar la resistencia física, y eso
provocó que lo capturara migración estadounidense. “Yo tenía una pastilla de
las que nos dieron. Cuando vimos a la migración me la tomé para poder correr,
pero caí y ya no me acuerdo más”. Sin embargo, él afirma que le dieron los
primeros auxilios y atención médica inmediata; y eso, le salvó la vida.
Pese
a que Samuel tardó tres meses en su frustrado viaje y tres meses más en una
cárcel de Estados Unidos antes de ser deportado, al preguntarle si se volvería
a arriesgar en esta odisea, afirma con tristeza que tiene que hacerlo, y lo más
pronto. “A las personas como yo que ya hemos sufrido esto, ya no nos costaría sufrir
un poco más”… “Sé que puedo morir, pero quedamos con deudas que no puedo solventar
ahora; mi mamá tuvo que vender todas nuestras cosas, nos quedamos sin nada”…
Lamentablemente
esa es la realidad de miles de ecuatorianos que ante el deseo de mejores días,
aquellos que no ofrece nuestro país, deciden entregarse al horror de la migración
ilegal; un duro camino en el cual se va pisoteando la dignidad, se pierde la
identidad, y hasta se entrega la vida. Y no importa cuántas veces sea necesario
intentarlo, lo importante es llegar; aún cuando al cruzar la frontera la
persona deje de existir como tal y se convierta en un número más de las
estadísticas de migrantes; que en el caso de Ecuador suman casi 400000 solamente en los últimos cinco años.
Reportaje publicado en Diario Centinela-2011.
Por: Greis Flores Castillo